Nota: Esta es una entrada larga ya que trato de resumir en la medida en que me es posible y hacer ver con ejemplos una temática bastante compleja. Antes de leerla recomiendo prepararse un té, yo he necesitado varios de ellos para poder escribirla.
En referencia a lo que decía el otro día en mi anterior
entrada, respecto a cómo nos enfrentamos
con la realidad al llegar a un nuevo país y enfrentarnos a una cultura
diferente, una persona me ha comentado que conoce a varios españoles, emigrados
por razones políticas, que aun hoy, después de más de 50 años viviendo en
Francia, aun no conocen el idioma.
¿Cómo puede ser esto? Según me comenta, de entre estas personas
sólo los hombres tienen un nivel aceptable teniendo en cuenta el tiempo que
llevan allí, y es, según me comenta, más por necesidad, ya que eran ellos
quienes trabajaban, mientras que las mujeres se quedaban encerradas en sus
casas y lo único que han aprendido al cabo de los años se debe no a la
necesidad de comunicarse con franceses por entablar amistad, sino porque
acababan siendo las empleadas del hogar de éstos. Obviamente, para este oficio
requerían un nivel muy básico, que aun así a duras penas podían alcanzar. Pero pensemos
en sus circunstancias: son emigrados políticos, con una formación muy escasa y
una educación muy básica (recordemos que la guerra civil y sus consecuencias no
favorecieron demasiado el nivel cultural de la población ni la educación) que
prácticamente se vieron obligados a emigrar para sobrevivir.
Por otra parte, me comenta que estuvo enseñando en el Lycée
Français de Valencia, un instituto en francés con profesores nativos. Me
comenta que algunos profesores se comportaban de una manera similar, salvando
las diferencias en el nivel cultural, ya que llevaban decenas de años dando
clase en España y sabían perfectamente hablar español, pero forzaban un acento
francés muy marcado y nada acorde con su nivel en sintaxis y gramática, solo
por hacer notar a su alrededor que ellos no formaban parte de este país.
Queda claro que el nivel cultural no es el mismo, son
bastante diferentes, de hecho, pero hay algo común a ambos casos: la creencia
de que el país de origen y la propia cultura es lo mejor, sufriendo una terrible añoranza, con la firme creencia de que la cultura del país de
acogida no está al mismo nivel, es inferior, no se sienten bien ahí. Pero, de
igual modo, siguen viviendo en ese país
de acogida, incapaces de apreciar nada positivo en el país en que viven y
recogiendo sólo lo negativo, reforzando su añoranza y relacionándose solamente
con personas que hablen su mismo idioma o sean de su país.
Esto es el ejemplo perfecto sobre cómo hacer para evitar por
todos los medios el enriquecimiento que podría suponer la oportunidad cultural
y personal que nos abre las puertas cuando viajamos a otro país.
Un ejemplo aberrante de lo que comento, visto en facebook,
podría ser el siguiente: una española de Erasmus en un país nórdico. En el momento de la publicación del artículo
llevaba unos 6 meses viviendo en el país de acogida, publicó una entrada que
procedo a resumir (por aquello de no publicar al alcance de cualquiera aquello
que alguien solo ha escrito para unos pocos): “Esta gente no sabe lo que es una
ducha ni lo que es el desodorante… el país
está muy bien, pero mejor sin sus habitantes… no porque sean malas personas o
sean raros, es porque huelen fatal”. Me parece increíble, primero por lo
totalmente absurdo del comentario, cosa que no voy a entrar a discutir, y
segundo porque (leyendo el texto es bastante más obvio, pero por desgracia no
puedo compartir más que este breve resumen) es aberrante la escusa que se pone
para no reconocer que lo único que sucede es que es incapaz de dejar de aferrarse
a las propias costumbres negando todo aquello que difiera de ellas.
En este punto quiero hacer un inciso, ya que en mi anterior
entrada una de las cosas que intentaba comprender era cómo podríamos, gracias a
la experiencia que nos aporta viajar y conocer otras culturas y actitudes, tratar de integrar eso en nuestra forma de
actuar, volviéndonos más flexibles (y para ello, claro está, debiendo tener en
cuenta el marco en que nos encontramos).
¿Y por qué este inciso? Pues porque leyendo sobre el tema he
llegado a la conclusión más obvia, antes de que alguien quiera enriquecerse de
esta forma, debe comprender que ésta forma de proceder supone una riqueza. Y,
de nuevo, antes de eso, podemos hablar e informarnos cuanto queramos al
respecto, pero para comprenderlo necesitamos vivir la experiencia como
enriquecedora. Hasta aquí todo está muy bien, y no tiene porqué haber ningún
problema ¿Verdad? Quizá no vivo la experiencia como enriquecedora, será que el
país no me ha gustado, ¿Hay algún problema? Pues lo más probable es que sí que
haya un problema:
Antes de nada, decir que entiendo perfectamente que un país
puede no gustarte, es perfectamente comprensible. Pero, quizá el problema sea
(como se suele decir) que no tenía “la mente abierta”.
Veamos a qué quiero decir
con esto: de acuerdo, quizá no te guste el país pero sería ridículo decir que
no se trata de una experiencia enriquecedora y valorarla como tal, ¿de verdad
debemos creer que un lugar no tiene nada que ofrecernos?
La respuesta parece bastante lógica, ahora bien, hay gente
que niegan este beneficio y hacen todo lo posible por hacer que su país de
origen “salga victorioso” en la comparativa, sea al precio que sea.
Algo que escucho y leo a menudo,
principalmente de los Erasmus, es la frase de “Es que no es igual…”
Buscando en blogs sobre multiculturalidad, experiencias de
viajeros y emigrantes he encontrado un blog que recomiendo encarecidamente
(sobre todo si estás leyendo esto desde España, que entienda quien deba), el
enlace es el siguiente:
A la frase “Es que no es igual…” el propio autor del blog responde: “Si fuese
igual, ¿para qué ibas a viajar?” ¿Qué significa esto? Pues que, si bien todos
hacemos una comparativa entre nuestra cultura y la nueva, convertir esa
comparación en una competición probablemente sea un error. Como bien dice el
refrán, “cada uno barre para su casa” y, el momento de conocer una nueva
cultura podría estar cargado de estrés, ya que todo es diferente, como bien
dice el autor del blog en otro post: “Si entendemos que al migrar todo cambia a nuestro alrededor:
alimentación, relaciones personales y familiares, clima, idioma, status,
cultura, pocas son las cosas que quedan como antes. Normas, valores y
costumbres exigen una adaptación al nuevo entorno. Todo ello viene acompañado
invariablemente de estrés: soledad, falta de trabajo, irregularidad documental,
discriminación, etc.”
Pues bien, si esta situación genera estrés, no es difícil de
entender que en la competición que antes mencionábamos el claro vencedor es
nuestro país de origen, donde quizá no todo estuviera bien, pero esta situación
de estrés no era tan acusada.
Aquí es donde más me ha ayudado el blog. Ahí he encontrado un
constructo psicológico que me resulta muy interesante: el concepto en cuestión
es la resilencia. En resumen, la
resilencia es la “…capacidad que nos permite elaborar satisfactoriamente
estrategias para salir de dificultades individuales e interpersonales de hacer
frente a las dificultades, manteniendo la capacidad de seguir desarrollándonos
sanamente, salir airosos de desafíos vitales”.
Y, como bien nos dice el autor “Es con resilencia que la
persona se reconcilia con su pasado e incorpora esa comprensión significativa a
su vida actual, sus esperanzas y sus sueños futuros”
He aquí el problema. La resilencia es una capacidad,
es decir, habrá personas con mayor y peor resilencia. Si a esto sumamos una base conductista, en la
que asociamos el país a la situación de estrés y la predisposición de ciertas
personas a que en ellas prime el patriotismo sobre la curiosidad y el ansia de
descubrimiento (Ese “que sí, que esto está muy bien, pero que como se come en
casa no se come en ningún sitio”) y sumamos, por último pero no menos
importante, esos aspectos que consideramos negativos de esa cultura, podemos
llegar a entender lo que sucede en los casos antes mencionados.
¿Qué debemos hacer para tratar de enriquecernos lo más
posible de la cultura, pudiendo así adaptar a nuestra personalidad, a través del
descubrimiento de otras culturas, lo mejor de cada lugar?
Pues, en primer lugar, y como bien dice el blogger, aprender
y desaprender:
Hasta aquí lo que he podido encontrar sobre este asunto, si
alguno de los lectores de este texto tiene alguna aportación que hacer o cree
que he olvidado algún asunto importante que no dude en dejarlo en los
comentarios de esta entrada. Que quede claro que no creo haber resuelto este problema, pero me parece interesante tener en cuenta estas cosas cuando alguien comienza a viajar.
Por otra parte, he encontrado dos casos diferentes sobre
cómo otras personas sí que han podido enriquecerse, cómo cambiar, integrar
costumbres y aspectos culturales y no sólo eso (ya que esto puede parecer que
tiene una suerte de automatismo al aceptar realmente que estamos viviendo en
otro país y al optar por vivir como viven sus habitantes) sino ser conscientes
de esos cambios y mantener esa elección.
Aquí os dejo los enlaces a estos cuatro ejemplos:
Aquí os dejo otros enlaces de interés sobre esta temática:
En mi siguiente entrada retomaré la temática sobre el modelo de Tomkins y McCarter y será en la
siguiente cuando continúe con este tema, ya que en estos mismos enlaces que os
acabo de dejar aun hay mucho de qué tratar, esta vez sí, sobre cómo mezclar las
actitudes de diferentes lugares.
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