Intentar complacer
siempre a los niños y evitar su frustración, no favorece su desarrollo personal,
ya que cuando sean adultos deberán enfrentarse a circunstancias tanto de éxito
como de fracaso.
Y es que, la frustración es el sentimiento que surge cuando
no logramos nuestros deseos e inevitablemente, es parte de la vida.
Cuando un deseo o ilusión no se cumplen, a causa de la
frustración, los adultos -y también los niños- experimentan en una serie de
emociones: el enfado, la tristeza, la angustia, la ansiedad, etc. Al tratarse,
además, de vivencias personales, cada
uno puede enfrentarse y reaccionar ante estos hechos o eventos de manera
diferente.
Tolerar la frustración significa ser capaz de afrontar los
problemas y limitaciones que nos encontramos a lo largo de la vida, a pesar de
las molestias o incomodidades que puedan causarnos. Por lo tanto, se trata de
una actitud y, como tal, puede trabajarse y desarrollarse.
En la etapa infantil, los niños suelen pensar que el mundo
gira a su alrededor (egocentrismo propio de su etapa de desarrollo), que lo
merecen todo y que consiguen al momento lo que piden. No saben esperar porque
no tienen desarrollado el concepto del tiempo, ni la capacidad de pensar en los
deseos y necesidades de los demás. Es aquí cuando hay que enseñar a los niños a
tolerar la frustración. Si los padres siempre dan a los hijos todo aquello que
piden, los pequeños no aprenderán a tolerar el malestar que provoca la
frustración y a hacer frente a situaciones adversas. Por ello, en la edad
adulta, seguirán sintiéndose mal cada vez que no consigan aquello que se han
propuesto.
Por lo general, los niños
con poca tolerancia a la frustración suelen tener dificultades para controlar
las emociones, ser impulsivos e impacientes, buscar la satisfacciones de sus necesidades
de forma inmediata, por lo que, cuando deben enfrentarse a la espera o
postergación de sus necesidades, pueden tener rabietas y llanto fácil. Además,
son exigentes, siendo más fácil desarrollar cuadros de ansiedad o depresión
ante conflictos o dificultades mayores.
Como mencionamos anteriormente, creen que todo gira a su
alrededor y que lo merecen todo, por lo que sienten cualquier límite como
injusto ya que va contra sus deseos. Les cuesta comprender por qué no se les da
todo lo que quieren, además, tienen una baja capacidad de flexibilidad y
adaptabilidad, manifestando una
tendencia a pensar de forma radical.
Frente a este conflicto, muchos padres intentan reducir o
evitar las fuentes causantes de la frustración, terminando por convertir, sin quererlo, cualquier
fracaso en éxito.
Para prevenir esta situación y conseguir que el niño tolere la
frustración, los padres deben evitar la sobreprotección y no abusar de la
permisividad.
¿Por qué nos frustramos?
La baja tolerancia a
la frustración está relacionada con dos elementos:
1) Una percepción equivocada y exagerada de la situación que
estamos viviendo.
2) La creencia de que es horrible vivir el malestar y no lo
podemos ni queremos aguantar.
A partir de estos dos elementos proponemos estas técnicas para
enseñar al niño a tolerar la frustración:
Dar ejemplo: con actitud positiva a la hora de afrontar las
situaciones es el mejor ejemplo para que los hijos aprendan a solventar sus
problemas.
Es importante enseñar al niño que es necesario esforzarse: el
esfuerzo es, en muchas ocasiones, la mejor vía para resolver algunos de sus
fracasos.
No darle todo hecho: si se le facilita todo y no se le
permite alcanzar sus propios retos, es difícil que pueda equivocarse y aprender
de sus errores para saber cómo enfrentarse al fracaso.
No ceder ante sus rabietas: si los padres ceden ante ellas,
el pequeño aprenderá que esa es la forma más efectiva de resolver los
problemas.
Marcarle objetivos: poniéndole objetivos realistas y
razonables, pero sin exigirle que se enfrente a situaciones que, por su edad o
madurez, sea incapaz de superar.
Convertir la frustración en aprendizaje: las situaciones
problemáticas son una excelente oportunidad para que el niño aprenda cosas
nuevas y las retenga. De esta forma, podrá afrontar el problema por sí mismo
cuando vuelva a presentarse.
Enseñarle a ser perseverante: es esencial para superar
situaciones adversas. Si aprende que siendo constante puede solucionar muchos
de sus problemas, sabrá controlar la frustración en otras ocasiones.
Enseñar a identificar el sentimiento de frustración cuando
aparezca.
Enseñar al niño cuándo debe pedir ayuda: A algunos pequeños
les cuesta pedir ayuda, mientras que otros la piden constantemente y de
inmediato. Hay que enseñar al niño a intentar encontrar una solución primero.
Representar papeles: Se puede jugar con el niño a interpretar
una situación frustrante. Primero, el niño interpretará la frustración y luego
adoptará el rol opuesto. Se le puede animar a que hable consigo mismo de forma
positiva y busque una manera de resolver el problema.
Reforzar las acciones apropiadas del niño: elogiarlo cuando
retarde su respuesta habitual de ira ante la frustración, y cuando utilice una
estrategia adecuada.
Modificar la tarea: Enseñar al niño una forma alternativa de
alcanzar el objetivo.
En resumen, cabe recordar que la frustración forma parte de
la vida. Aunque no se puede evitar, se puede aprender a manejarla y superarla,
y aumentar de esta forma la tolerancia a la misma. Aprender a tolerar la
frustración facilita que nos enfrentemos con éxito a la vida. Por ello, cuanto
antes aprendamos, mejor.
Ya que, como decía el psicoanalista Eric Fromm:
"Enquistarse en la soledad y la frustración, quejarse
constantemente y continuamente de las desdichas y tragedias que nos acosan y no
hacer absolutamente nada para modificar aquellas situaciones que nos angustian
es un camino certero y seguro hacia la depresión.
Camino, por supuesto, que es recorrido a solas…"
Abram Amsel: teoría de la frustración y aprendizaje disposicional
ResponderEliminarhttp://www.redalyc.org/articulo.oa?id=80539315
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