viernes, 23 de enero de 2015

¿Se debe castigar a un niño? Parte 3

Tras la temporada en casa de la niño educada con un sistema de puntos lo siguiente que me dediqué a hacer estas navidades fue a buscar padres que consideran que tienen ciertos problemas con sus hijos, a enseñarles a reforzar a sus hijos con la base que poco a poco he ido adquiriendo y observar si existe algún mínimo cambio por parte de estos niños.
Antes de todo decir que no pretendo que esto funcione como una investigación científica, sino una forma de experimentación personal. Tener la vivencia de poner en práctica lo aprendido en pequeña escala. Y sobre todo, observar a través de esto, los cambios en mi sistema de creencias (en este caso, sobre educar niños) observando las cosas por mí mismo y no solamente a través de búsqueda bibliográfica (que no deja de ser necesaria). Hasta el momento, tenía claro lo siguiente:
La estrategia más frecuente en los padres actuales son las regañinas y la retirada de cosas que le gusta al niño. Curiosamente, existe un miedo generalizado a educar niños caprichosos y avariciosos pero poca gente parece tener miedo a educar niños con problemas de autoestima e indefensión aprendida. Y aunque cualquier lector, como psicólogo que es, piense que es obvio que no se debe regañar a los niños gritando o desvalorándolo por el riesgo que supone, también parece estar claro que es mucho más  frecuente encontrar padres autoritarios que padres permisivos.
Por supuesto, aunque esté más que estudiado que tanto uno como otro tienen consecuencias negativas me propuse intentar que una familia conocida redujera al mínimo la necesidad de castigar y, aún así, no caer en la permisividad.
Así pues, en este caso, vengo a traeros la historia de la segunda familia con la que tengo un acercamiento que va más allá de un simple cuestionario.
Esta familia en cuestión tenía un hijo de 9 de años. Se lamentaban de que este año iba muy mal con sus estudios no estudiaba y no hacía los deberes. Cuando intentaban que lo hiciese este se quejaba y a veces incluso llegaba a berrinches con los cuales los padres no sabían muy bien cómo reaccionar. Las soluciones que han intentado es privarle de cosas (como los videojuegos, que juega mucho) como castigo. Si intentaban reñirle cuando hacía cosas que no quería o no hacía caso, o tenía rabietas como las mencionadas. Más o menos respondía a las órdenes directas del tipo “Haz los deberes, recoge tus juguetes, etc.”
Así que, le ofrecí intentar transmitirles esta forma “positivista” de encarar los conflictos de un niño. No pretendía realizar un tratamiento, ni si quiera una evaluación formal ya que no soy profesional. El trabajo consistió en enseñarles algunas técnicas de refuerzo acercándome a lo que hacía la familia de mi segunda publicación. La única condición era que tenían que limitar el castigo tanto como pudiesen.
Instrucciones:
-No debe regañarse. Por muy desbordante que resulte la situación. El único “castigo” que permitido es el de “ignorar” en caso de rabieta. Esto por supuesto no se lo expliqué así a los padres, la idea no era ignorar como tal, sino que en caso de enfado del niño por, por ejemplo, no querer hacer los deberes ese día, el padre o la madre debe permanecer tal cual estaba, haciendo lo que sea que estuviese haciendo. De forma que así no esté dando ni un castigo ni una recompensa. La idea es que el niño perciba que la rabieta, no cambia nada, ni a favor ni en contra. Una vez acabada la rabieta, se le presta atención.
- Uso del razonamiento: El niño, y mucho más con la edad que tiene actualmente, debe explicársele por qué debe hacer cada cosa. Qué cosas pueden molestar a sus padres, o qué cosas le pueden venir
-Refuerzo mediante economía de fichas: Quizás lo que costó un poco más, ya que debíamos establecer con mucha conciencia qué conductas debían ser reforzadas y cómo.
En primer lugar, definir bien qué queríamos mejorar. Lo cual en definitiva eran sus resultados académicos. Pero claro, esto debíamos transformarlo en conductas que se pudiesen reforzar. Finalmente, se quedó en lo siguiente: Ganaría una ficha cada vez que Se sentase a hacer los deberes por propia voluntad; Otra extra si además lo hacía a la hora que se estableció (Las 5 de la tarde); Por los deberes que acabe, una ficha por cada asignatura terminada; Una ficha por cada hora que esté estudiando (Le recomendé a los padres que lo supervisaran bastante, no siempre él se está en una mesa, se está estudiando. De hecho, el acuerdo al que se llegó que le harían dos o tres preguntas sobre lo que ha estudiado para saber más o menos si se ha enterado) y, por último tres fichas por cada examen aprobado. Para una mejor evaluación del resultado del método debían mantener cierto contacto con la profesora, pero no supuso un problema ya que era algo que hacían con frecuencia.
En segundo lugar, los premios. No era algo a lo que se debiese prestar poca atención. Al leer algunos estudios que usan esta técnica para la modificación de conducta (me ha sorprendido no encontrar demasiados)  se solían evaluar las motivaciones de los niños y sus gustos para poder decidir los premios, o bien hacían una lista de premios y decidían ellos que preferían más. El problema es que todos estos estudios son en ámbitos escolares o en niños con algún tipo de diagnóstico clínico.  Así que me encontraba en un contexto diferente. Por otra parte, en la técnica de economía ficha se suele castigar quitando fichas por el mal comportamiento, cosa que aquí eliminé por la misma razón que empecé a interesarme por este asunto. La idea era (insisto) en reforzar y no castigar. De forma que los premios los decidieron los padres, confiando en el conocimiento que ellos tuviesen acerca de las motivaciones del niño. Además, les sugerí que añadiesen distintas dificultades, en el sentido de que, progresivamente, el niño pudiese conseguir premios más grandes canjeando más fichas. Además, ya que le gustaban tanto los videojuegos hacerlo de la misma forma. Debía ir subiendo niveles, cuanto más alto estuviese, más grande era el premio al que podía optar. Habría que observar cómo funcionaría esto a largo plazo. Ya que de momento solo llevan con este proceso unas semanas. Quedaron en que a las 4 semanas les subirían a “nivel 2”.
De nuevo un estructura semejante a la anterior. Más tiempo en este caso  ya que fueron unos 10 días con un autorregistro incluyendo en el todo lo descrito anteriormente. Cada ficha que le daban, cada vez que tenía una rabieta, etc. Cada dos, tres días yo me pasaba por su casa y me iban comentando como había transcurrido cada día y sus avances.
En definitiva, sus resultados mejoraron, su comportamiento mejoró y los padres, ahora se sienten mucho más relajados en casa con respecto a este tema. Actualmente ha pasado como un mes desde que comenzaron a “cambiar un poco el chip”. Lo más curioso de todo, según me cuentan ahora, el niño ha reducido completamente las rabietas. A pesar de que el objetivo de esto era mejorar sus resultados y su motivación para estudiar (Que de hecho ha sucedido en comparación al comienzo). Lo más lógica es que al aumentar su motivación a la hora de estudiar cada vez le resulta un estímulo menos desagradable que ya no intenta evitar a través de sus gritos y pataletas, ya que era prácticamente la misma situación.


Ya modo de conclusión a todo esto: ¿Significa esto que pueda existir la educación sin castigo? Lo significa quizás para mí. Por supuesto habría indagar mucho más, realizar estudios con muestras grandes y representativas, etc. Pero como ya dije, con este pequeño experimento, no pretendía cambiar la comunidad científica, sino mi propio sistema de valores, forjado en una familia en la que, como la gran mayoría, tenía que andar evitando las broncas de mi padre, que no eran educativas sino el fruto cada vez que el se enfadaba y necesitaba desahogo sin ningún tipo de filtro. Cosa que parece ocurrir en una gran mayoría de familias. ¿Deducción? No hace falta ser permisivos, no es necesario tener un hijo malcriado a quien se le da todo. Pero no parece tan difícil reforzar un poco más y hacer algo, tan, tan simple, como premiar como un esfuerzo. La idea de algo que pueda parecer tan básico para cualquiera era sentar las bases de una comunicación positiva que puede marcar la noche y el día en un clima familiar. ¿Hay que eliminar el castigo, por tanto, de nuestro vocabulario? Probablemente no, pero sí prescindir de él mucho más de lo que normalmente se hace.


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